El viejo dicho de que ‘la ley es sólo para los de poncho’ tenía dos caras. La primera era que las normas escritas regían únicamente para los miembros más desfavorecidos de la sociedad. La segunda era que existían otros para los que esas normas no regían. Esas personas eran los ‘privilegiados’ que podían vivir, sin ser sancionados, fuera de las reglas.
La palabra privilegio viene del latín y significa “ley privada”, es decir, es lo opuesto de una norma general para todas las personas. Y, al ser una norma aplicable sólo para unos pocos, es algo que va contra el más mínimo principio de igualdad.
Si bien el problema no es nuevo en nuestro país y viene desde la Colonia o más atrás, lo grave es que no estamos mejorando sino empeorando.
Porque los privilegios en el Ecuador son infinitos, sobre todo si entendemos el término como ‘normas específicas que rigen sólo para algunos’. Por ejemplo, siempre he creído que las placas distintas de los autos de los militares y de los municipios son un privilegio, porque garantizan un tratamiento diferente a quienes van dentro del vehículo.
Las preasignaciones presupuestarias son otra forma de privilegios. Son recursos públicos que benefician a un grupo específico de ecuatorianos (un colegio, una escuelita, una provincia o una ciudad). Las leyes en el país, en general, son una lista de privilegios, porque luego de una norma general, aparecen las excepciones. Vea usted, como prueba, las exenciones al IVA o las inmensas diferencias dentro de los aranceles.
Todo lo derivado de los famosos ‘derechos colectivos’ también es un atentado a la igualdad, porque crea un grupo (étnico) con derechos distintos al resto.
El gran problema de la existencia y prevalencia de tanto privilegio es que hemos desarrollado una cultura que los admira y los quiere seguir reproduciendo en lugar de derogarlos.
Como ejemplo, véase el crecimiento de los derechos comunitarios y los intentos de crear una justicia diferente para ciertos ecuatorianos. Como otro ejemplo, véase la compra, con recursos públicos, de un lindo avión para poder hacer campaña en todo el país.
Las sociedades modernas (entendiéndose como aquellas posteriores a la Revolución Francesa) han tratado de cumplir el principio de que todas las personas son iguales y, por lo tanto, que los privilegios deben desaparecer.
Hace poco estuve en Chile y vi cómo ha avanzado en esa dirección. Cuando se moviliza la Presidenta de ese país, va en una caravana de dos autos que respetan todos los semáforos.
Hay países donde el sentido de la igualdad aún no se ha desarrollado tanto y sus mandatarios se movilizan en caravanas de seis autos, cuatro motocicletas y una ambulancia. Ojalá esos otros países también se modernicen algún día.