Los derechos inalienables

Diario Expreso

Cuando era niño, leí con particular interés a Robinsón Crusoe y
“Viernes”, náufragos en una isla perdida. Un paraíso. Ambos podían
hacer y disponer lo que se les ocurriese. Todos los bienes básicos,
para sobrevivir, eran abundantes y gratuitos, de uso sin límite como el
aire que respiraban. Cada uno era dueño de lo suyo (su cuerpo y su
espacio). Eran su propiedad privada. No existía el conflicto social,
derivado de la presente o futura provisión de los bienes requeridos por
cada uno.
                   
Reflexión: Sólo cuando
adviene la “escasez” de alguno de los bienes demandados es que se
produce el “enfrentamiento”, entre los “amigos”. De la escasez, deriva
la negociación y, por tanto, la determinación del “precio”, tasados por
ambos en el “valor” que cada uno le da lo suyo para intercambiarlo
pacíficamente. Es decir, los “bienes escasos” se convierten en
“económicos”.
                   
Esto, en tanto en cuanto, “Viernes” sea un humano y no un gorila, un
caníbal y un monstruo. Ahí no habría negocio ni trato. Lo que no es un
problema técnico ni económico sino ético, es decir de sobrevivencia.
                   
Lo único “escaso”, que derivará en conflicto social, es el espacio que
pretendan ocupar. Ahí surgen, entonces, las primeras reglas de
“conducta social, ordenada” que sirven para precisar y determinar la
ubicación, en tiempo y espacio, de la propiedad privada, proclive a la
convivencia armónica en sociedad. La condición social es que se respete
el originario “derecho de propiedad” de cada cual. Lo contrario es “la
ley de la selva”. Si la propiedad es “común” o de todos, nadie puede
usarla por no haber el consentimiento común de cada individuo, que es
remplazado por el mito de mayoría-minoría.
Pues como decía Aristóteles: Un gobierno que «centra todo su poder en
los votos del pueblo no puede llamarse democracia, pues sus decretos no
pueden ser generales en cuanto a su extensión»
                   
Carlos Marx, (1818-1883) en el Manifiesto Comunista elogia lo realizado
por la burguesía capitalista, pero concluye que “la propiedad es un
robo”. E inicia, con suprema habilidad, su prédica para despertar
emociones como la envidia, la ira, la vergüenza, el rencor, disfrazadas
de esperanza y solidaridad para los que carecen de propiedad, según él,
producida por la burguesía con el “trabajo asalariado”.
                   
Thomas Hobbes, (1588-1679), estatista, que sostuvo que el hombre era
lobo del hombre, (homo hominis lupus), una bestia de presa, no obstante
postular por esto la necesidad del “Leviatán”, el monstruo, el Estado,
(que en el siglo XX es responsable de la muerte violenta de más de 170
millones de personas), fue quien acuñó la gigante y hermosa frase que
es el soporte de los derechos humanos y del derecho constitucional.
                   
“El hombre tiene ciertos derechos naturales a los cuales no puede
renunciar porque de ellos depende su supervivencia”. Son “los derechos
inalienables del hombre a su vida, su libertad y su propiedad”,
iniciando así lo que se conoce como la “sociedad civil”.
Porque esos “derechos inalienables”, derivados de un “contrato social”
con sus congéneres, aunque no con el Estado, permiten su supervivencia
dentro de ese monstruo que es el Leviatán-Estado. Su defensa debe ser
inclaudicable. No puede cederlos y por ellos debe luchar, sin desmayo.

¿Quién es dueño de un niño, cualquiera que fuese su edad? ¿Sus padres?
No. El dueño es el propio niño, aunque no sea “capaz” de ejercer su
derecho. Sus ojos, piernas, órganos y hasta su vida misma, ¿a quién le
pertenecen? pues sólo a él y a nadie más. El “derecho a la propiedad”
nace con él y, en el transcurso de su vida, su propiedad será de él y
de nadie más. Capaz de regalarlo, venderlo o enajenarlo. No es una
dádiva ni una concesión de sus congéneres ni del Estado.