La industria del miedo
En los 1970’s una apuesta habría
de marcar un hito: el ambientalista Paul Ehrlich se enfrentó al estadístico
Julian Simon sobre la escasez de ciertos minerales al cabo de la década. Ehrlich pronosticaba el fin de esos recursos
–y por elemental lógica humana- su encarecimiento, así como la inminente
hambruna de 65 millones de norteamericanos. El debate lo ganó Simon, pues con el avance capitalista las fuentes y
métodos de producción abarataron dichos minerales, la población norteamericana aumentó
en 100 millones de personas y hay notables mejoras para la mayoría de ellas. Desde entonces la industria del miedo
encarnada en fundaciones y lobbies poderosos se ve enfrentada por solitarias
voces que claman un poco de sensatez cada vez que los primeros vaticinan el
próximo fin del mundo. En realidad no
hubo enfriamiento global en los 80’s, ni los polos se están reduciendo, la
lluvia ácida beneficia a los árboles, la propiedad privada protege a los
elefantes mejor que los parques nacionalizados en África, el Sahara se reduce
de tamaño y el DDT hubiese salvado cientos de miles de vidas si no se lo
prohibía atolondradamente. Groenlandia fue llamada Greenland (Tierra Verde)
alrededor del año 1.000 y el posterior congelamiento ocurrió sin que los
vikingos conocieran el motor a combustión o la chimenea industrial en sus
vidas. Sin embargo, y como sabemos, la
información responsable no vende diarios ni logra inmensas subvenciones para
“concienciar” al ciudadano promedio de que su estilo de vida es supuestamente
dañino.
El danés Bjorn Lomborg publicó
recientemente su “El Ambientalista Escéptico” para mostrarnos que si bien se
nos ha ido la mano en ocasiones en nuestro afán de progreso, el mundo está
mucho mejor –y mejorando- en decenas de ámbitos sobre los que muchos prefieren
mantenernos alarmados. El libro tuvo
fuertes pero sobre todo poco efectivos intentos de refutar la información
sólida y técnicamente recopilada por Lomborg, nada más y nada menos que un ex
miembro de Greenpeace y profesor universitario.
Y el Protocolo de Kyoto, por su
parte, se fundamenta sobre el modelo de Mann del “palo de hockey” que pretende atribuir
el calentamiento global a la industrialización del s.XX. El problema es que con 99% de datos al azar
se obtiene la misma figura, y tal vez por eso el propio Mann no ha revelado los
datos usados en su modelo. El único
logro tangible de dicho Protocolo será condenar a millones de personas a la
pobreza por imponerse estándares que son un verdadero lujo para el actual
estado del conocimiento y el capital en el planeta. Pero oponerse a su firma es colocarse una
etiqueta de desalmado en la frente, simplemente por no ceder ante lo
improbable.
La próxima vez que alguien quiera
crearle malestar emocional o meterle la mano al bolsillo por la situación del
planeta, recuerde que los grandes debates los ha ganado gente como Simon y
Lomborg revelando sus métodos y fuentes, pues no tienen nada que perder. La que perdería mucho en debates más abiertos
sería la industria del miedo, que vive de mantenernos confundidos y alarmados.
Juan Fernando Carpio, publicado en diario Hoy, 2005