Receta de un desastre (El Comercio 5 Enero 2010)

Por Carlos Alberto Montaner

Rafael Correa, el presidente, acaba de publicar ‘Ecuador: de Banana Republic a la No República’. Supone que el país, bajo su mando, dejó de ser una República bananera, gobernada arbitrariamente en beneficio de una oligarquía deshonesta y del capital extranjero, para convertirse en otra cosa que no es, tampoco, una República tradicional con separación y equilibrio de poderes, constitución neutral e instituciones abiertas que propician los cambios suavemente al amparo tranquilo del Estado de Derecho.

En la solapa,  Correa aporta sus credenciales académicas y filiación ideológica. Dice ser un seguidor de la Doctrina Social de la Iglesia y de la  Teología de la Liberación. Pero es en el texto, compuesto por artículos previamente publicados, donde encontramos las claves de su visión de los problemas de Ecuador. Es ahí donde comparece una abultada lista de malos a los que fustiga junto a los buenos a los que cita elogiosamente.

La lista de los villanos es muy extensa: prácticamente todos los presidentes que lo precedieron, los organismos internacionales de crédito, “la nefasta burocracia internacional y sus corifeos”, el mercado y “la mano invisible” que lo guía, el Consenso de Washington, la independencia del Banco Central, la dolarización del país, el comercio libre internacional (ALCA), la privatización, lo que llama “la larga y triste noche neoliberal”, las concesiones de los servicios a la empresa privada y la contratación a terceros (o “tercerización”) para evitar cargas fiscales o presiones sindicales. En la página 64 manifiesta una intención encomiable: “Liberar al Estado de los grupos de poder que lo controlan”.

Sus héroes son el Estado, la Teoría de la dependencia, la planificación, el gasto público, el dirigismo desarrollista, una moneda nacional que sirva para encajar las crisis y compensar la improductividad,  las protecciones arancelarias para desarrollar la industria nacional, cierta conveniente inflación y hasta Facundo Cabral y Eduardo Galeano, como para poner la  nota folclórica a un texto semiacadémico.  

Estamos ante un gobernante que posee una visión ideológica estatista, acompañada por una acendrada desconfianza en la economía de mercado y en las intenciones de las grandes democracias desarrolladas. 

A esta forma de entender cómo gobernar se une un temperamento claramente autoritario, según opina su hermano, y la  arrogancia intelectual de quien desconoce la duda y se mantiene indiferente ante una realidad que desmiente las premisas de las que parte.

En lugar de mirar a Venezuela, Correa debería observar el tipo de Estado que los chilenos construyeron  y han conservado y profundizado, inteligentemente,  los cuatro gobiernos de la democracia, como hará quien salga electo en las próximas elecciones. Parece más aconsejable imitar los ejemplos exitosos, no los fallidos.