Luego de que se echara abajo el muro de Berlín en 1989, el socialismo mostró su rotundo fracaso. Queda en pie el capitalismo, el cual ha venido mostrando variadas formas que vienen impactando el crecimiento de las naciones: capitalismo guiado por el estado, capitalismo oligárquico, capitalismo de las grandes firmas y el capitalismo empresarial [1]. Las dos primeras clasificaciones son la peor forma de capitalismo, el que le sigue termina estancandose, siendo el capitalismo empresarial el que mayor beneficios trae. Latinoamérica viene estando encasillada, en su mayoría, en el capitalismo oligárquico, el cual crea inequidades y un lento crecimiento, trabajo informal y corrupción; y la abundancia de recursos naturales (como el petróleo) maquilla la realidad. El clientelismo se antepone al crecimiento. De este sistema mencionado, el actual régimen nacional, aparentemente pretende cambiarlo al capitalismo dirigido por el Estado, el cual legaliza monopolios y/u oligopolios siendo las gestiones de gobierno las que aseguran su permanencia. La tendencia es (mal) escoger a ganadores y perdedores. Este sistema mantiene en su mayoría estructuras proteccionistas como las barreras administrativas que son muy diversas y van desde trámites aduaneros complejos que retrasan y encarecen los movimientos de mercancías, hasta sofisticadas normas sanitarias y de calidad. Este sistema es susceptible a la corrupción.
Así, el socialismo actualmente se va convirtiendo en un eslogan, poquísimos lo practican. Este sistema lo destruye todo, es parásito. “Como el enfermo no necesita parásito, la empresa privada no requiere socialismo, pero el parásito sí necesita organismo vivo. (Los asaltantes de bancos también necesitan de los bancos, no al revés)”, escribió Alberto Mansueti [2]. Se puede poner en práctica el “socialismo del siglo XXI” como propone Heinz Dieterich, eliminando la economía de mercado. Pero el sociolisto está consciente y sabe que no le conviene porque vive de las confiscaciones: impuestos, multas, nacionalizaciones (caducidad de contrato), inflación (impresión inorgánica de billetes), aranceles, sobornos, etc. “Enfrentan el dilema del parásito: 1) satanizan y difaman a los productores para deslegitimarles ante la opinión, y así quitarles impunemente un enorme botín; 2) pero si les matan ya no hay exacciones, y también mueren los socialistas”. Ante esto, continua Mansueti, se presenta un cuadro triste, el “síndrome de Estocolmo”: empresaurios mercantilistas se asocian a sus secuestradores.
El sociolisto atolondrado (o premeditado) confunde igualdad de oportunidades con igualdad de resultados. Existe miseria por que justamente el pobre no tiene oportunidades, solo mendigar. Se (mal) interpreta la competencia como un juego de suma cero: los pobres existen por que los ricos le quitan las riquezas. Cuando hay transacciones libres y voluntarias las partes ganan, es suma positiva, cada uno aprecia más el bien o servicio que recibe en el intercambio voluntario. Podría llamarse en todo caso “costo de oportunidad” o valor de la mejor opción no realizada, concepto desarrollado por Friedrich von Wieser. “En cambio, cuando tiene lugar la violencia, sea gubernamental directa o indirecta a través de que acepta la intimidación sindical o al otorgarle mercados cautivos a empresarios prebendarios, hay suma cero, es decir, lo que gana uno lo pierde otro del mismo modo que ocurre cuando se asalta un banco” expresa Alberto Benegas Lynch [3]. Las prebendas son rentas de las que no dispone el pueblo sino el gobierno central, al cual acuden cabildeando los “buscadores de rentas” (rent-seeking): corrupción legalizada. El libre comercio es moralmente viable: premia al eficiente y castiga al incompetente beneficiandose siempre el consumidor (osea todos). Joseph Schumpeter acuńó el término “destrucción creativa”. El suspicaz quiere mantener el mercado cautivo por temor a la competencia, si se exponen se arruina el comerciante y pone de escudo el desempleo que crearía. Pero en una economía que respete cualquier iniciativa privada, si el jefe es inepto y el empleado pilas, puede este último ponerse su propio negocio, volviendo a su cauce el empleo. Schumpeter comprendía que el “emprendedor” es el motor de la economía: crea, innova, inventa, redescubre, perfecciona, mejora. En estados libres es posible lograrlo. Cuba apenas esta permitiendo el acceso al teléfono inalámbrico e internet.
La alternativa se presenta en el capitalismo empresarial, más que en el capitalismo de las grandes empresas, donde altos impuestos que ampara desde la cuna hasta la tumba crea descincentivos (Kauffman Foundation promueve empresarios en centros de estudios). Desde Adam Smith en las “Riqueza de las Naciones” se viene estudiando este fenómeno que pasó a llamarse ciencias económicas. Para el buen funcionamiento de la economía empresarial se debe hacer mucho hincapié en la calidad de las instituciones, Estado de Derecho (rule of law) y normas flexibles que aseguren que el comportamiento en una economía productiva será recompensado. Douglass C. North desarrolló la idea de que los cambios institucionales son más relevantes que los tecnológicos para explicar el desarrollo económico. North ganó el Nobel de Economía en 1993. Economistas que resaltan la importancia de las instituciones hacen énfasis en general por los derechos de propiedad y de contrato. Luego de que Hernando De Soto escribiera “El otro sendero” y “El Misterio del Capital” descubrió en su último libro, que debido a la ausencia de registros de propiedad, existía en el mundo más de 9 trillones de dólares en “capital muerto”, propiedad que no puede ser usada para financiar inversiones y crecimiento, lo que hace entendible la existencia de la economía informal (subempleo), así como la pobreza y desigualdades (incluido corrupción). Basandose en los estudios de De Soto el Banco Mundial desarrolla el índice para Hacer Negocios (Doing Business). Actualmente en el IEEP aparace un nuevo estudio, el Índice Internacional sobre Derechos de Propiedad 2008.
Es así que la alternativa es mejorar el ambiente de los negocios, existiendo varios estudios e índices que facilitan el seguimiento para mejorar lo que se propone, por nombrar otro: Índice de Libertad Económica del Fraser Institute. Los pobres necesitan trabajo para salir de la pobreza por su propio esfuerzo. El Estado en lugar de obstruir debe facilitar aquello. Las instituciones que colaboran en el crecimiento económico toman tiempo en desarrollarse, siendo su desarrollo clave en el proceso. Los cantos de sirena han venido ocultando opciones: economía dirigida (bajo el eslogan de socialismo de siglo 21) o regresar a un sistema oligárquico clientelar. Ninguno de los dos. El cambio es por otro lado: reglas claras que nos lleve a una economía de mercado, en donde el poder resida en el pueblo donde todos podamos trabajar, competir y elegir libremente. Las costumbres y cultura de sus habitantes es el ingrediente que hace la diferencia cuando de cambios y transiciones se trata.
Fuentes:
1. “Good Capitalism, Bad Capitalism, and The Economics of Growth and Prosperity”; por William J. Baumol, Robert E. Litan, and Carl J. Schramm. Yale University Press, 2007.
2. “La derecha boba”, por Alberto Mansueti, El Instituto Independiente, febrero 18 de 2008. Enlace: http://independent.typepad.com/elindependent/2008/02/la-derecha-boba.html
3. “El síndrome de la suma cero”, por Alberto Benegas Lynch. Cato Institute, marzo 21 de 2008. Enlace: http://elcato.org/node/3208