Gracias al Presidente dominicano Leonel Fernández, quien tuvo tacto en la crisis diplomática, retorna la calma en la región. Hay otros asuntos de urgencia por resolver. La revisión de los hechos se debe dar sin que intereses extraños influyan, esclareciendo lo sucedido para evitar reiteraciones. Recibí hace poco un artículo, donde recuerda la masacre de que fueron víctimas soldados ecuatorianos en manos de las FARC dieciocho años atrás, quienes invadieron la soberanía nacional, coincidentemente en la misma zona donde fue dado de baja Raúl Reyes por el ejercito colombiano, irrespetando la soberanía territorial. En diciembre de 1993, familias ecuatorianas enlutaron, sin que los defensores de los derechos humanos nacionales de entonces se pronunciaran, como ahora.
Masacre en el Putumayo
Por Gustavo González Cabal – El Universo
Viernes 7 de marzo de 2008
Ocho ecuatorianos, entre policías y soldados, murieron en el ataque y más de veinte cayeron malheridos. Según el informe de Amnistía Internacional (AMR 28/001/1994) “el ataque contra las Fuerzas Armadas ecuatorianas perpetrado por las FARC concluyó con la captura de un número indeterminado de soldados ecuatorianos…
Con los ocho botes ya en el agua, el embarque empezó rayando el alba, la navegación se inició por la fluviovía frontera del Putumayo. Cuarenta ecuatorianos, entre soldados y policías, participaban en un patrullaje de rutina de operaciones antidrogas y control de soberanía, en el sector conocido como Trapecio de Sucumbíos; otros le llaman Triángulo de la Muerte.
En Peña Colorada, donde se produce un encañonamiento natural de las aguas, una columna de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), gracias a la información vendida oportunamente por un “camarada judas” y pagada con la moneda de curso legal que mantienen producto de la droga y el secuestro, emboscó con alevosía desde las dos orillas, es decir desde territorio ecuatoriano, a nuestros soldados y policías, y en una mortífera combinación de granadas autopropulsadas soviéticas (RPG), fuego de ametralladoras pesadas, morteros y fusilería de Kalasnikov se abatió sin ningún aviso sobre nuestros botes y tripulantes, desatando un infierno.
Ocho ecuatorianos, entre policías y soldados, murieron en el ataque y más de veinte cayeron malheridos. Según el informe de Amnistía Internacional (AMR 28/001/1994) “el ataque contra las Fuerzas Armadas ecuatorianas perpetrado por las FARC concluyó con la captura de un número indeterminado de soldados ecuatorianos, a los que posteriormente —rendidos ya— los guerrilleros dieron muerte deliberadamente. Otro informe indicaba que los guerrilleros abatieron a varios supervivientes y después prendieron fuego a sus cuerpos”.
La llegada oportuna de un helicóptero artillado, que estaba en El Carmen de Putumayo y recibió la señal de auxilio de nuestros jóvenes soldados, impidió que la masacre hubiera sido total. Este ataque aleve se produjo el 16 de diciembre de 1993 y como en Pedro Navaja, de Rubén Blades, por parte de defensores de los derechos humanos en Ecuador de aquel entonces “no hubo preguntas, nadie lloró”. El Ejército nuestro y la Policía Nacional iniciaron luego las labores de investigación sobre estos crímenes y en ese diciembre una veintena de hogares ecuatorianos conoció de cerca el verdadero rostro de las FARC… para que la memoria no le siga el juego al no me acuerdo del siglo XXI.
Dieciocho años después, en la misma zona en que se produjo la masacre de nuestros soldados y policías, y en una incursión que viola groseramente nuestra soberanía, el Ejército colombiano abatió, entre otros, al camarada Luis Devia Silva, alias Raúl Reyes, uno de los más importantes miembros del estado mayor de las FARC, sobre el que pesaba más de una veintena de órdenes de captura por extorsión, secuestro y asesinatos, que se encontraba también haciendo exactamente lo mismo: violando campantemente nuestra soberanía, pero con las comodidades de televisión satelital, botica y compañeras que sobrevivieron al ataque, igual que unas incómodas computadoras sobre las que esperamos, por el bien de toda la seguridad interna y externa de la República, se realicen todos los peritajes necesarios para determinar la veracidad de la información y minutas allí contenidas y denunciadas por el Comandante de la Policía colombiana. No hay que permitir, como en las Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, que “en ocasiones, aunque no a menudo, me asaltaba la impresión de que el Emperador ocultaba parte de la verdad. Y entonces tenía que dejarle decir verdades a medias, como todos hacemos”.
Desgraciadamente, nuestro pueblo solo recuerda los ultimos 5 meses de vida republicana, la historia, antigua, moderna y reciente es una nube, mezcla de ignorancia, idiotes y lavado de cerebro de nuestro mesias.