Semidioses criollos

«El culto al semidiós guerrero contribuye al parasitismo, pues la creencia en los hombres providenciales, proveedores de riquezas y honores, atrofia la responsabilidad individual». García Hamilton, Por qué crecen los países, pag. 214

Un artículo, Abdón Calderón entre el mito y la realidad, escrito al final de una reseńa histórica, cita la carta que Sucre envía a Bolívar el 28 de mayo de 1822: «… Calderón, que habiendo recibido sucesivamente cuatro heridas, no quiso retirarse del combate…». Sobre la misma se tejieron muchos adornos románticos, irreales y hasta ridículos, tendencia que halló influencia en las Leyendas del Tiempo Heroico (1905) de Manuel J. Calle, el cual había servido como libro de lectura escolar. Si mal no recuerdo, de pequeńo me habían enseńado que el joven soldado, luego de perder sus cuatro extremidades y de sostener la bandera con sus dientes, deja caer el estandarte para gritar Viva la República, muriendo envuelto sobre los símbolos patrios. No creo que mi memoria exagere, algo parecido está en el internet.

«… estamos en contra de todo tipo de culto a la personalidad…» manifestó el ciudadano presidente días atrás, sin embargo hace poco presenciamos homenajes, honores y un ascenso póstumo para Manuela Sáenz, paradójicamente, de parte del mismo mandatario. Al respecto, dejo un interesante artículo de opinión. No vaya ser que en la próxima se pida una beatificación.

Los pecados de Manuela
Por Daniel Márquez SoaresLa Hora
Miércoles 30 de mayo de 2007

Antes se usaba en las escuelas primarias de nuestro querido país un libro llamado “Terruño”. Fue una de las herramientas de embrutecimiento masivo más eficaces que jamás hayamos inventado, fruto de la vieja escuela que consideraba que mentir no era malo si es que nos ayudaba a ser un poco más patriotas.

Allí había un capítulo de biografías de ecuatorianos célebres. Entre ellos se encontraba Manuela Sáenz. Los profesores que empleaban el libro solían dividirse entre los que la pintaban como una heroína y los que preferían pasar la página porque la consideraban poco más que una ramera de lujo.

Juzgar la vida privada es cosa de tiranos y de bellacos. Sáenz era una bastarda: no hay nada de malo en eso, porque padres no se eligen ni se es responsable de lo que ellos hagan. Abandonó a su marido y se convirtió en la amante de otro: tampoco hay nada de malo en ello porque, aunque nos duela, la moral es cosa de cada uno.

Tampoco hay nada condenable en el hecho de que haya empleado sus encantos para llevarse a la cama al hombre más importante de ese entonces: cada uno puede administrar sus recursos y dones como le dé la gana.

Cuestionable es que a Manuela se la endiose, se la nombre generala dos siglos después y, peor aún, se le cuelgue el epíteto de “la expresión más pura de la revolución, el coraje, la independencia y el amor», tal como hizo el presidente Correa. Bajo semejante calificativo, hasta la Madre Teresa de Calcuta se pondría nerviosa.

Manuela era una mujer muy educada para su tiempo. Mandó al demonio todas las instituciones de la época en nombre de su querido Bolívar y le ayudó en su nada glorioso escape de los conspiradores. Sus acciones se debieron no a ideales revolucionarios, sino a algo tan normal y humano como el enamorarse. ¿Acaso siguió luchando luego de que su amado murió y es mentira que se dedicó al llanto y al exilio?

Es triste el que se considere a Manuela Sáenz y Evita ejemplos para las mujeres. Su gran mérito yace en haberse acostado con los hombres más poderosos de su época y haber hecho todo, hasta abrazar su ideología, por ellos. Parecería mejor un país sin héroes ni heroínas a uno en el que el camino hacia el éxito y la inmortalidad para la mujer pasa por la cama del libertador de turno.