De manera irresponsable algunos creadores de opinión han sometido al público ecuatoriano a una serie de falsas dicotomías para que no elijamos ninguna de las dos cosas
o peor aún, a la insistencia de querer ambas cosas a la vez. Se denuncia, con toda lucidez, que la
agricultura es una actividad de muy pocas posibilidades para crear valor agregado, y que si seguimos siendo proveedores agrícolas del mundo nos vamos a quedar en un rol mínimo como nación. Totalmente cierto. Pero luego se escucha a los mismos sectores, incluso las mismas personas, decir que el Ecuador es un país agrícola y que hay que proteger el empleo en el agro en
“áreas sensibles” frente a la competencia internacional usando salvaguardas y otras artimañas. ¿Qué mismo?
O decidimos que el agro es limitante y hay que superarlo por más que haya traumas en el proceso, o decidimos que somos país agrícola. En este segundo caso no nos quejemos de que seguimos en la pobreza y sin crear empleos de más valor para cientos de miles de estudiantes que corren el riesgo de ser expulsados por la falta de oportunidades. Pero no podemos dar palo porque boga y palo porque no boga. Hay que saber elegir. Y elegir implica sacrificar lo que no se eligió. Otro caso es que queremos muy bien regulados a empresarios de todo tipo (incluida la banca), pero nos encantaría que bajen los precios y mejore la oferta de productos y servicios. ¿Qué mismo? O regulamos creyendo que así tenemos a raya a los más ambiciosos, o modernizamos el campo
de juego para que las empresas internacionales dejen de estar de jure o de facto alejadas de nuestro país. Sin desregulación de muchos sectores, no hay forma de que nuestro territorio sea otra cosa que el reino de los oligopolios. Sólo aproximarnos a legislaciones internacionales en los distintos ámbitos dejará de alejar a los posibles competidores. Ahora las falsas disyuntivas. Sobre la relación con Estados Unidos, nos plantean una: o somos proyanqui o somos amantes de lo nuestro. Es decir, si algunos queremos profundizar nuestra relación comercial con el país del norte y otros muchos más, automáticamente se asume que estamos de acuerdo con la política militar del
gobierno de esos países. Querer lo nuestro no implica desconfiar del otro, y mucho menos confundir la nación estadounidense, digna de admiración por sus proezas empresariales, con un
presidente específico o sus políticas. Tampoco es cierto que el desarrollo implique per se un uso abusivo del medio ambiente, pues los países que más han adoptado mecanismos empresariales y basados en propiedad, mejor balancean uso y conservación. Ni es cierto que la antitesis de la libre competencia y los mercados sea la solidaridad. La alternativa, lo que existe en ausencia de mercados libres, es el monopolio y el oligopolio. Eso sí es salvaje y cruel para las familias
ecuatorianas, no el libre mercado. La solidaridad es más propia de sociedades abiertas, si respetamos la historia, pues existen los medios y la posibilidad real de disponer de recursos propios
para apoyar a otros. Dicho sea de paso, no podemos quejarnos de que hay abusos o sobresueldos en el sector estatal si al mismo tiempo sostenemos el paradigma de que ese sector debe actuar libre de competencia y participación de los ciudadanos en forma de propiedad real de las
cuasiempresas. Estas son solamente algunas de las falsas disyuntivas que se nos presentan para mantenernos paralizados. Creo que merecemos algo mejor. Seamos concientes de pros y contras de las decisiones, pero una vez tomadas, y por usar otra expresión muy nuestra: a lo
hecho, pecho.
(Para diario Hoy y CambiemosEcuador.com, Julio de 2006)