En defensa de Rafael Correa



No, no estoy tomándole el pelo al lector de estas
líneas.

Las escribo para eso, para defender a Rafael Correa.
Sí, lo hace alguien que es miembro de un grupo al que Correa llamó “cuatro
pelagatos”. Sí alguien a quien Correa llamó “mal alumno” pues no encontró mejor
cosa que decirle aunque yo obtuve una “A” en su clase. Sí, lo hace alguien cuyo
lugar de trabajo –una universidad privada- ha recibido ya incontables ataques
verbales y formales también de su parte.

Quiero defender a Rafael Correa, el hombre, de los
ataques de cada vez más gente que cree que porque alguien ha sido electo
funcionario –en este caso presidir el poder ejecutivo de una república, no el país como él y otros creen- tiene
derecho a la vida privada de la persona. A hurgar en ella, a decir lo que se nos
ocurra y pensar que tenemos derecho a hacerlo. Pues no, no es asunto nuestro la
vida privada de Rafael Correa, el hombre. No sólo eso, nos rebaja y muestra
algo muy feo de nuestra cultura nacional el que no nos demos cuenta y busquemos
supuestos datos y rumores en esa dirección.

 

En nuestro país, desde que tengo memoria se ha
premiado la mentalidad de rebaño y se ha castigado cualquier cosa que haga
destacar. Si uno levantaba la mano,
estaba poniéndose en posición de ser criticado por los de de atrás. Tenemos un
nombre para castigar el mérito en aula incluso: “norio”, “ñoño” o “nerd”. Nos
molesta que al otro le vaya bien. Que haya estudiado y exija que el examen sea
hoy y no mañana. Que entregue el deber y no pacte con la vagancia. Que tenga
éxito. Y que no se avergüence de lo logrado.

El mismo comportamiento se repite a nivel familiar –no
en el núcleo cercano, afortunadamente- pero el primo o la prima que hace algo
bien nos causa rechazo automático. Premiamos al que pasa desapercibido y
castigamos socialmente al que osa leer un poco más, esforzarse un poco más,
ganar un poco más y tener un poco más.

El caso de Rafael Correa se parece demasiado. Y no
sólo de él. Desde que tengo memoria, a los presidentes se les ha buscado
supuestas perversiones sexuales, orígenes “dudosos” y demás, en vez de analizar
crítica, constructiva o negativamente, las acciones del gobernante.

Que si Correa tiene por amante a tal miembro de su
staff (lo siento, jamás diré “miembra” ni me va el political correctness), que si le gustan los hombres más que las
mujeres, que si su esposa le abandonó, que si le pegaba, que si tiene una
neurosis o eligió su ideología por resentimiento social personal, etc etc.

Lo siento amigos y amigas, pero eso en fútbol se llama
offside. Está fuera de límites. Se
los plantea un opositor técnico (como economista) e ideológico (como
libertario) de Correa el presidente. Correa el hombre no es asunto nuestro.
Correa el presidente junto con sus secuaces, han violado constituciones, leyes
y están tomando medidas destructivas por todo lado. Cierto. Pero de eso a que
Correa el hombre sea asunto nuestro y a pensar por un segundo que es una forma
legítima, constructiva o simplemente sensata de oposición, hay mucho trecho. El
trabajo de la oposición es pensar un Ecuador distinto, donde se termine con la
derecha prebendista y la izquierda jurásica, y explicarle a la gente cómo o por
qué haríamos las cosas distinto y sobre todo -sobre todo- cómo les va a
beneficiar en su vida diaria de forma tangible. Ya que no hemos podido o hemos
elegido mal el momento, o porque nuestra generación aún es confundida con los
patriarcas del Mercantilismo del siglo
XVI
(un enemigo más poderoso que el Socialismo del siglo XXI en algunos
sentidos), muchos aún eligen el ataque y la descalificación personal.

No lo hagamos. Nos merecemos algo mejor y que da
mejores resultados en los países de mentalidad más moderna. Nos merecemos una
separación entre lo público y lo privado que los socialistas no entienden en
economía pero otros aún no terminamos de entender en lo cultural, social y
personal. El que alguien se ponga en la palestra, pronuncie un discurso, cante
algo o diga la respuesta en clase aunque se equivoque, aunque le salga mal,
aunque nos haga pasar un mal rato, no borra esa línea elemental del respeto a
nosotros mismos.

Dejemos en paz a Rafael Correa, el hombre y
enfoquémonos de forma más creativa, visionaria y realmente constructiva para el
país que decimos querer, en críticas y soluciones que sí sean asunto público.
La vida de los demás tiene que dejar de ser asunto nuestro algún día: eso sí
sería, al fin, una revolución ciudadana.