Crash

Choque o
colisión, en castellano. Cinematografía,
dirección de cámara, música y un elenco de primera. Meses antes de que pareciera opcionada para
ganar el Oscar como Mejor Película, Crash ya estaba dando qué hablar. Sin necesidad de arruinarle la película a
quienes no la han visto, es posible sacar algunas lecciones de esta obra
maestra del cine contemporáneo. Cuando
el detective negro dice “Creo que extrañamos tanto el tacto que chocamos unos
contra otros simplemente para ser capaces de sentir algo”, empieza una trama de
historias entrelazadas donde los prejuicios revelan una sociedad norteamericana
fragmentada por una guerra cultural silenciosa y erosiva.


En los 1960’s, nota el autor Myron Magnet en
su influyente “The Dream and the Nightmare”, comienza una especie de
cruzada por parte de los ungidos en la intelectualidad, la academia y los
medios, para volver a toda una sociedad “racialmente ciega”. ¿Sería posible lograr algo así? Entre los pretendidos
logros del llamado ‘movimiento por los derechos civiles’, se cuentan las cuotas
raciales legalmente obligatorias para ingreso a universidades y puestos de
trabajo. La gran ironía es que para
clasificar a los demás y concederles una cuota racial en cualquier parte se
requiere de la habilidad -y el prejuicio o condicionamiento previo- de ver a la
gente no como individuos si no como miembros de un grupo racial definido. Lo cual significa que se mantiene el racismo,
pero se trata de compensar por pasadas injusticias políticas o imaginarias
injusticias económicas a los miembros de ciertos grupos. El mecanismo no se llama “cuotas raciales”,
desde luego, porque nombrar una legislación con un manto que oculte sus
resultados contraproducentes es un requisito en nuestros tiempos. Se llama “affirmative action” o acción
afirmativa. Para gran estupor de los
activistas pasados y presentes por el sistema de cuotas, es un economista negro
(que se rie cuando alguien le dice afroamericano y prefiere simplemente y con
orgullo “negro”) Thomas Sowell, quien más ha hecho por desmitificar que sea
posible integrar forzosamente a gente de origenes, logros y culturas disímiles.
Los asiáticos son los mejores alumnos en carreras técnicas en los EEUU, y los
africanos occidentales se han integrado armónicamente a la sociedad británica,
manteniendo a la vez una sana dosis de identidad y herencia cultural. Este tipo de casos de integración exitosa no
se discuten pues quitarían el énfasis a la raza y lo colocarían en el plano de
los paradigmas, que es donde pertenece.

Las cuotas raciales laborales han sido
un fracaso monumental en Sri Lanka, La India, y otros países del Asia que han intentado manipular
políticamente lo que sólo puede lograrse con liderazgo, mentalidad y mecanismos
cooperativos en la propia comunidad. No
sólo han sido un lamentable desincentivo para la meritocracia individual, si no
que en esos países (a diferencia del país que todos aman detestar, los EEUU) ha
llevado a graves situaciones de violencia y confrontación. El tema no es tan ajeno al Ecuador, pues las
cuotas de género para las elecciones nos han traído el maravilloso efecto de
elevar a damas del espectáculo al espectáculo político, para completar un
requisito electoral. ¿Qué viene
después? ¿Representación racial ‘equitativa’ en el Congreso Nacional o en cada
instancia del Gobierno Central? Estaríamos dejando que la cura sea peor que la
enfermedad, pues en vez de una armonía posible y en base a un respeto a las
diferencias, se volvería institucional la clasificación e integración forzosa
que lleva al resentimiento, complejos y otros resultados contraproducentes
ampliamente conocidos en otras latitudes. En vez de dejar que la raza y origen pesen menos gracias a logros
culturales y empresariales demostrados, estaríamos asignándole valor intocable
–en pleno siglo XXI- a eso que queremos que se diluya hasta donde es
humanamente posible: el “nosotros” y “ellos”. El director de Crash, Paul Haggis dice sobre su película: “Nos dicen [el
gobierno] que debemos estar atentos a gente sospechosa, que eso debemos hacer
como nación: sospechar más el uno del otro”. Así, su película ilustra magistralmente el tema étnocultural desde
ángulos incómodos tanto para conservadores como para socialdemócratas, pues el
racismo retratado en Crash ocurre transversalmente, sorprendiendo tanto a
eurocentristas como a multiculturalistas. Y es que la nación americana se olvidó de lo que le hizo grande en
primer lugar: la imperiosa búsqueda de igualdad ante la ley, ciega a raza,
creencias y origenes de clase. En eso radica entonces la base del problema
estadounidense: de haber buscado ser una nación de inmigrantes con igualdad
ante la justicia, en los 1960’s se quiso trasladar dicha igualdad al plano
cultural, ignorando forzadamente las diferencias históricas, éticas,
productivas y educativas de los pueblos que siguen llegando a ese
territorio. El resultado, como no podía
ser de otra manera, es consagrar en vez de superar los agravios reales del
pasado y buscar difusos pretextos modernos para un tema que en muchas partes ya
ha sido mayormente superado.